Érase una vez una ostra, cuya historia les contaré, que descubrió que un poco de arena se introdujo bajo su concha. Fue sólo un grano pero le produjo dolor porque las ostras tienen sentimientos sencillos y francos.
Entonces reflexionó sobre este capricho del destino: ¿qué fue lo que la dejó en estado tan deplorable? ¿Es que maldijo al gobierno, convocó a elecciones, o se quejó de que el mar debió darle protecciones? ¡No!, se dijo en su largo cavilar; puesto que quitarlo no puedo, entonces lo mejoraré.
Pasaron los años, como acostumbran hacer, hasta que llegó su destino: ¡sopa de ostra! Pero el grano de arena que tanto la atribuló ya era una hermosa perla brillando en su esplendor.
Esto tiene una moraleja: ¿no es acaso grandioso lo que una ostra puede hacer con un pequeño grano de arena? ¿Y qué no podríamos hacer sólo al comenzar con tantas y tantas cosas que tenemos a flor de piel
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