30/4/09

El girasol es más que una flor.

Imagino que quien te puso el nombre te conocía muy bien. Se tuvo que fijar en ti durante muchos días y muchas noches, para poderte llamar así: girasol, gira-sol.
Veo que tienes las cosas muy claras, o por lo menos esa impresión me das. Te levantas al alba, al mismo tiempo que el sol, como si él fuera tu despertador particular. Y lo primero que haces es saludarlo con tu rostro ladeado. Te desperezas un poco, extendiendo tus pétalos en las mil direcciones de la rosa de los vientos, te pones coloretes en tu precioso rostro... y a contemplarlo. Ese es tu origen, tu felicidad y tu destino. Siempre pendiente del sol, quizá, por eso, tanto parecido con él.
No sé si deba decírtelo, pero siempre me has llamado la atención, y me enamoré de ti desde aquel día, yo aún muy pequeñito, en que mi padre te trajo a vivir a casa. Me resultabas tan atractivo, tan lúcido...
Nunca te importo si aparecías guapo o no a los ojos de tus compañeras de primavera. Tú a lo tuyo: serle fiel al sol. Y cuanto más mirabas al sol más te miraban a ti: aparecías tan resplandeciente que te convertiste en el centro de atención de todas las miradas. Y tú sin saberlo. De eso no te ocupabas. Eso te importaba poco. Lo tuyo era querer al sol.
¡Y eso lo haces a la perfección! Incluso no reparas en el dolor que eso te produce, porque para seguir de cerca la presencia del sol tienes que doblegar tu débil tallo, retorcerte sobre ti mismo, y ¡eso duele! ¡vaya si duele negarse a sí mismo! ¡vaya si cuesta ser fiel! ¡Menudo sacrificio diario, de la mañana a la noche! Uno y otro día, y así todos los días... siempre.
Pero he ahí tu mérito, lo haces restándole importancia. Y por si fuera poco, al llegar cada noche, te inclinas en postura meditativa, sobre ti mismo, agachas tu cabeza, te cubres la cara con tus pétalos, como avergonzada, cierras tus ojos... y te pones a reflexionar sobre tu fidelidad al sol, tu esposo, tu amante... para al día siguiente, levantarte de nuevo y renovar tu amor eterno, a quien desde siempre te ha regalado el nombre y la vida.
Y contemplándote ahora llego a la conclusión de que la naturaleza tiene escrito en el aire lo que el Libro en sus páginas: que Dios pone siempre alegría en los rostros.



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